Los Batusis


Esta historia comienza cuando un niño de 5 años de nombre Carlos experimentó una serie de cambios en su vida: sus padres decidieron, el mismo año que murió el Caudillo, apuntarle a un colegio de curas llamado Sta. María del Carmen y a la vez, mudarse de la casa sita en la calle Zigia a la situada en Arzobispo Cos, diez calles más allá.

Esa mudanza de tan corto recorrido se repetiría años después. En el Colegio pronto estableció relación con futuros batusis, ese mismo año conoció a Raúl (desde ahora el Larva) y a Javier (desde ahora el Machón ). Ya en preescolar se dejaban ver juntos, pero no sería hasta primero con la llegada de José Manuel (desde ahora el Llou) cuando los lazos se estrecharían más. Los años escolares fueron maravillosos y en ellos coincidieron con Roberto (el Orugo) , Miguel Ángel (el Paquito), Alberto (el Manitas), José Ignacio (Calero) , Torres, Jordi, algunos de ellos fundadores de Los Batusis. También conocieron a ilustres como el Juanillo, el Gallina, los hermanos Zorzo, y muchos otros que compartieron con Carlos su primer ciclo.

Paralelamente a su vida escolar, Carlos empezó en su nueva casa la vida en el Patio, un concepto totalmente nuevo para él puesto que estaba acostumbrado a jugar en la puta calle, algo inconcebible a día de hoy salvo para los niños de inmigrantes. Pues bien la vida en el patio para Carlos fue tan plena como en el colegio, desde el primer día que se encontró en los tendederos con Javier (desde ahora Javierito). También convivió con Juan Antonio (desde ahora Jatoño), con Rafael (desde ahora Rafita) y con otras generaciones tanto mayores (Juan Carlos, Manolo, Luismi, etc.) como menores que él: Oscar (desde ahora Osquitar ), Julio (Julito), Pablo, etc…. Y alguno que no viviendo allí se dejaba ver durante temporadas: Paco, Nacho, etc…

Los años pasaban entre risas y algún pequeño llanto, hasta llegar a la pubertad, en esos maravillosos 16 años, el grupo de colegas de Carlos estaba formado, para Invierno por los Larva, Llou, Machón y Calero y para el periodo estival los Toño, Javierito, Rafita, Osquitar, Julito y algún otro.

Durante el invierno empezamos a madurar una afición que nos llega hasta nuestros días y produce un picor enorme en las manos cuando no se practica: los naipes, empezando a jugar unas timbas en casa de Calero hasta que se decidió prescindir de él con una estrategia muy poco ética, y pasamos a jugar en la nave del padre del Machón en compañía de unos litros de cerveza, sin duda, otra seña de identidad de Los Batusis. Por aquella época también fomentamos una práctica que nos parecía graciosa y con los años se volvió peligrosa: apostar.

Pensamos que nos tomaríamos más en serio en noble deporte que practicábamos si al ganador como en cualquier competencia se le premiaba. Creo recordar que por aquella época nos jugábamos una chocolatina (aquella graciosa moneda de 20 duros).

Pasábamos las tardes jugando a las cartas, bebiendo cerveza, quemando pedos, y eventualmente fumándonos los porros de manzanilla o de pellejo de plátano seco que confeccionaba el Larva. Después nos comíamos medio kilo de patatas fritas y cuarto de cortezas para hacer nudo y a las 11 como muy tarde a casa. Alguna vez nos pajeamos en casa del Llou con las revistas guarras de su hermano.

El verano era de piscina, hacíamos vida en el patio, eventualmente y por épocas se echaban campeonatos de chapas (tanto futbolísticas como ciclistas) o canicas, o incluso ya practicábamos el noble arte del golf, que luego Javierito ha perfeccionado por esos campos de Dios hasta hacerse casi un profesional. Pero lo fundamental se hacía en la piscina, dentro jugando al voley o al fútbol en la pequeña y fuera con lo que cada vez más nos encantaba a todos, los cartones de Heraclio.

Aquí, como había cambio generacional no nos jugábamos dinero pero para hacerlo interesante el que perdía tenia que hacer una penitencia (un ajo bien impregnado por el ganador, un patata cruda, un cigarro mojado en agua de piscina, una raya de pimienta y por supuesto los tripazos votados). Teníamos también el juego de los bolos humanos cuando los arrastros nos agotaban. Y si no, siempre había tiempo para echar un rescate, escondite o cualquier otro juego.

No me diréis que la infancia de Carlos (a partir de ya, Papi, yo, el que narra) no era para cambiarla. Pues bien iba a empezar la primavera de 1986 si no recuerdo mal, cuando en una timba surgió la posibilidad de crear un equipo de baloncesto para el torneo de Primavera del ayuntamiento: entre risas e intentar reclutar a gente, hicimos un grupo de 8, que debía de ser el mínimo permitido, y nos fuimos a apuntar. Tras rellenar las fichas y comprar unas camisetas, blancas con el pecho rojo según creo recordar (uniforme que se complementaría con un casco protector en forma de pañuelo con 4 picos), y cuando fuimos a apuntarnos nos dimos cuenta de que no teníamos un nombre para el equipo. Después de alguna tontería, se dijo la mejor: “Batusis”.


LOS PIONEROS

Esos 8 jugadores, y no precisamente de baloncesto, eran Llou, Larva, Machón, Paquito, Orugo, Jordi, Torres y Papi. Que gran equipo y sobre todo que grandes personas, lastima de haber perdido el contacto con alguno de ellos. Este grupo se mantuvo ese torneo de Primavera y la temporada siguiente.

Desde el principio el objetivo del equipo era pasárselo bien jugando al deporte que más nos gustaba, pero fuimos innovadores, no solo en la forma de vestir, sino en algunas técnicas muy interesantes, empezar el partido con triple del Machón para minar la resistencia rival y la defensa en formación futbolín en medio campo, con los pantalones del chándal arremangados y acojonando seriamente al rival, técnica que inexplicablemente no fue copiada por ningún entrenador. También hay que destacar la bebida isotónica de los tiempos muertos: la cerveza Mahou en botellas de a litro.

Pese a todo se gano más de un partido por la gran calidad de los componentes del equipo, a destacar en este aspecto al Llou (qué gran partido frente a aquel juvenil con más barba que Valle-Inclán, Ortega creo que se llamaba, y sobre todo, el mítico partido contra Torres Arias que se ganó con solo cuatro jugadores sobre la cancha -en realidad Llou y tres bultos sospechosos- y en el que nuestro Drazen se cascó 47 puntitos). Luego en la vuelta, cuando se jugó con todo el equipo se perdió pero eso no era importante. Al final del partido todos amigos, cosa que con el tiempo cambiaría.

Entre tanto, mis amiguetes del patio hacían lo que ellos denominaban fiestas monstruo en Manipa y algún que otro casino, que así llamaban a un trozo de calle. Las fiestas monstruo eran eso, y no hace falta mayor explicación, en las que el alcohol, creo recordar que la bebida estrella era el calimocho, corría como la espuma. Nosotros para beber preferíamos el calor de Los Blasones, primer gran bar en nuestras vidas.

El Antonio, regente de Los Blasones, nos hacia la vista gorda y con unos botellines de Mahou (esto a partir de ahora lo omitiré por obvio) nos dejaba subir unos litros, me parece que eran todavía de los pintados sobre el vidrio marrón. Por lo que salíamos con un puntillo arreglao por poco dinero.

El hecho es que nos fuimos juntando unas veces en el casino y la mayor de las veces en Los Blasones, primera sede oficial de Los Batusis. Al grupo se unieron parte de mis amigos del patio (Javierito, Rafita, Paco y en menor medida Jatoño, ya andaba encoñao ) un amigo de ellos, Esteban y un amigo del Machón, el Chema.

Con la llegada de estos nuevos Batusis, el ritmo de alcohol se incrementó considerablemente y empezaron a conseguirse unas melopeas imponentes, los litros subían cada vez con más alegría, tanto que nos vimos obligados a pedir de vez en cuando una segunda ronda de botellines con vaso para disimular un poco, aunque sabíamos, porque nos lo había dicho él, que Antonio lo sabia.

Empezamos a medirnos, qué gran record aquel del Rafita que se bebió 15 vasos de cerveza ¿o fueron 25?, y aquel litro de cerveza que se bebió el presidente (Javierito) en 18 segundos (hagan la prueba y comprueben que es lo mismo que tarda en vaciarse un litro de cerveza puesto bocabajo, tremendo); yo en su día también conseguí una plusmarca de 6 litros de cerveza en todo un día. Y así innumerables.

Seguíamos jugando a las cartas, pero a unos juegos más simples, lo fundamental era pillar el pedo pronto: todavía éramos jóvenes y había que llegar a casa relativamente pronto. La carta corrida era el rey de los juegos por aquella época, apenas diez segundos y un vaso de cerveza para el hígado del perdedor. Algunas veces teníamos que hacer un receso para limpiar de la pared los cachitos de comida fermentada que salían de nuestros cuerpos de manera involuntaria.

Fue de destacar en la primera sede la incorporación de la mujer. Algunas veces se dejaba caer alguna hembra que intercambiaba fluidos con alguno de nosotros, y no lo digo solo porque nos la merendásemos, que alguna hubo, sino porque en algún caso degustaron el bouquet incomparable de nuestras micciones.

De todas formas, no perdimos la buena costumbre de las fiestas monstruo y cuando el tiempo acompañaba, en algún casino o bien en el césped de Arturo Soria, nos tomábamos unos digestivos, acompañados a veces por juegos infantiles como el churro. A estas a veces se apuntaban también Miguel y Sergio, los dos batusis más efímeros, descontando a Óscar el hermano de Miguel.

Alguna vez, creo recordar que yo asistí a tres, hacíamos estas fiestas monstruo en casa de Esteban. Yo cuando iba pensaba que vivía solo, pero no, casi siempre antes de acabar la fiesta venia su madre o padre y acabamos todos en la terraza, esperando a no se qué, porque minutos después nos íbamos a seguir la fiesta en la calle. Un episodio gracioso fue cuando Pablo el hermano pequeño de Esteban se bebió con dos añitos un Martini con limón.


MAYORIA DE EDAD. EL COCHE


Iban pasando años, ya sabéis cuando te lo pasas bien el tiempo pasa muy rápido, e íbamos cumpliendo años, y con ello la mayoría de edad, que trajo a nuestras vidas un compañero de metal pero al cual todos queríamos como a un hermano: el coche del Larva. Y es que aquel 127 que había que empujar en los semáforos nos caló como ninguna otra máquina, por muy sofisticada que sea, nos podrá calar nunca.

Casi siempre tenía cerveza en el maletero y como tampoco era excesivamente difícil abrir la parte trasera, siempre teníamos algo de beber. Con el coche se nos abrió la posibilidad del desplazamiento. Aunque siempre hemos sido del barrio, unos más que otros, a los que nos costaba salir, nos costaba menos si era en coche. Y es que era una fiesta el trayecto en coche, diciendo todo tipo de improperios a todas las tías provocadoras, cantando, riendo...

Gracias al coche las fiestas monstruo se trasladaban de lugar, nos íbamos a la facultad de la carretera de Valencia, al famoso milagro de San Teleco, milagro que un servidor a pesar de ir varias veces nunca pudo ver, porque tal vez empezar a las 8 de la mañana con el Gran DYC no era la mejor manera. También íbamos a chisparnos a las canchas de baloncesto donde pitaban los batusis árbitros, aplicando sus propias reglas, como la famosa reductora, y jugándose los botellines a ver quién aguantaba más sin pitar una falta, por ejemplo.

En esa época se empezaron a unir las nuevas generaciones, Osquitar, Lloni (hermano de
Esteban), Julito y David. Y coincidíamos cuando hacía las mesas en los partidos, con Quique (hermano del jefe de árbitros).

También teníamos una casa donde reposar un poco el pedo, la casa de las portorriqueñas, por Dios todavía tengo pesadillas con el culo de la tal Ilda, pero sin duda alguna el gran descubrimiento de esta época fue la Universidad. Aparte de ir, porque estudiar no lo hacíamos mucho, descubrimos el mundo de las fiestas universitarias, y la reina de todas ellas, la de Minas.

Un sitio donde pasar la tarde del sábado, donde podíamos ir todos, ya que para las nuevas incorporaciones no cerraban tarde (a las 11 te desalojaban), y donde empezamos a disfrutar del sexo opuesto. Alguno de nosotros entre los que me encuentro no sabíamos lo que era hacer un panadero, darse una paliza de escándalo o incluso meter. Pues bien, el que más y el que menos algo sacó de allí.

En aquella época el fin de semana no se paraba en casa, el viernes si no se quedaba a las 5 de la tarde se hacia un cine hasta la hora de quedada, se iba a casa para acostarse levantarse pronto para ir a ver al Larva correr o bien echar la partida, ir a casa para comer, este punto muchas veces nos lo saltábamos, y quedar para ir a Minas, los mayores de edad empalmábamos con el Guaca hasta las tantas, vuelta a casa a dormir y levantarse a echar la partida por la mañana. El domingo tarde alguna vez nos quedábamos reposando en casa si no arbitraba alguien que entonces también se iba.

EL FRUTOS

Llegando a la veintena la gente con especial predilección por el Presidente quería hembras y empezaban a pensar más con el miembro viril que con el cerebro. Además, como aquel trabajaba, manejaba dinero y lo quería invertir, lo que provocó indirectamente el episodio en el que íbamos a perder nuestra primera sede. Convencidos por el impertérrito, organizamos un fiestón en el piso de abajo a la que iban a acudir cientos de personas, la mayoría del sexo débil, por supuesto.

Más que débiles, debían de ser escuálidas, porque yo no vi ninguna, pero no nos importó y la fiesta fue una de las más monstruo que recuerdo, salimos todos a rastras, e incluso pudo ser peor ya que una mesa no aguantó el peso de nuestro cuerpo y hubo algún rasguño. Ese incidente junto con la mítica frase del Chema “Antonio, sube otra caja de botellines que mañana te la pago”, desembocaron en el cambio de sede, pues Antonio aún sigue esperándole, casi veinte años después.

Nos costó terriblemente encontrar una nueva sede y como pensamos que lo mejor era poner distancia para que Antonio no nos viera y nos pudiera pedir daños y perjuicios además del montante de la ya consabida caja, pues nos cruzamos de acera y pusimos la calzada de José del Hierro entre él y nosotros. Ahí conocimos al Frutos.

En esta segunda sede ya estábamos todos a saber:

Javierito, Rafita, Larva, Llou, Machón, Osquitar, Julito, Lloni, Quique (sobre todo los domingos por la mañana ), Chema, David, y raramente los encoñados Jatoño y Esteban.

Esa es la historia de fundación de Los Batusis desde mi punto vista por supuesto. Quiero aprovechar para mandar un abrazo a todos los referidos en el escrito.

He preferido no incluir a otros personajes que de una manera u otra también forman parte de esta historia pero que no consiguieron seguir con el espíritu de Los Batusis.